Markheim de Robert Louis Stevenson

Imagen no disponible

Es un relato muy breve sobre un motivo constante en la obra de Stevenson: el demonio como forma depurada de la presencia del mal en el mundo. Markheim, sin embargo, le mira como a un ser "que no procedía ni de la tierra ni de Dios", pero, de cualquier modo, ligado al mal.

El demonio acude al asesinato cometido por Markheim, como buitre a su carroña. El protagonista de la obra rechaza la ayuda porque "No haré nada que me ligue voluntariamente al mal".

El mal de Markheim, su pecado, es el de una naturaleza humana contradicha, el de un hombre, como otros, a quien la vida "lleva a rastras", porque es "el pecador que no quiere serlo". Por ello, se remite a Dios y a su juicio y echa en cara al diablo su torpeza por no leer en su alma.

En realidad, este diablo parece un recaudador de culpas tasadas escrupulosamente según una precisa casuística de los actos realizados, haciendo más oficio de contable que de agente trágico, atento sólo a la dirección correcta, seguro, con buen criterio calvinista, de que la lucha entre el bien y el mal no se determina por arrepentimientos de última hora sino por pertenecer de antemano a uno de los dos frentes.

"El mal para el cual vivo", dice este diablo, "no consiste en la acción sino en el carácter" y, en consecuencia, tanto los pecados como las virtudes pueden ser "guadañas que utiliza el ángel de la Muerte para recoger su cosecha". No obstante, Markheim no ve la causa de su pecado en el mal sino en la pobreza y en las circunstancias de su vida, y se reconoce tan capaz de pecado como de santidad, "porque no quiero una sola cosa, sino todas".

Al final, actuará a favor de su tesis o, más exactamente, no actuará pues su decisión es la no actuación, negando así las propias inclinaciones perversas. Antes de su entrega voluntaria a la justicia, Markheim verá desfilar ante sí su pasado como "el escenario de una derrota", atento ya sólo a buscar para su vida un refugio tranquilo.

Comentarios