Hoffmann se enfrenta a la realidad siguiendo los cánones del Romanticismo: Escribir (componer, crear) basándose sólo en la realidad vista con los ojos del alma, sentida con su tacto. Lo real, pues, no sería sino el conjunto de todo lo visto y sentido interiormente y no el feudo exclusivo de la razón común, eficaz a veces para expresarlo en una línea que hoy calificaríamos de realismo mágico.
Un personaje recurrente de muchas de estas creaciones es el genio del mal, un trasunto amargo y desmitificado del artista genial, aislado de sus semejantes, trágico, incomprendido y abocado fatalmente a la locura, como en este relato El hombre de la arena, basado en el personaje del mismo nombre que lanza arena en los ojos a los niños para que se queden dormidos, aunque en esta ocasión se le da una visión macabra y terrorífica.
Inolvidable.
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