El hombre de la arena

La obra de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann es el testimonio de un espíritu libre y vigoroso, de un agudísimo y perspicaz conocedor de las interioridades y resortes de la sociedad de su época, así como de la naturaleza humana. En todos sus escritos se respira esa bocanada de aire fresco característica del creador que explora por primera vez territorios no hollados.

Hoffmann se enfrenta a la realidad siguiendo los cánones del Romanticismo: Escribir (componer, crear) basándose sólo en la realidad vista con los ojos del alma, sentida con su tacto. Lo real, pues, no sería sino el conjunto de todo lo visto y sentido interiormente y no el feudo exclusivo de la razón común, eficaz a veces para expresarlo en una línea que hoy calificaríamos de realismo mágico.

Un personaje recurrente de muchas de estas creaciones es el genio del mal, un trasunto amargo y desmitificado del artista genial, aislado de sus semejantes, trágico, incomprendido y abocado fatalmente a la locura, como en este relato El hombre de la arena, basado en el personaje del mismo nombre que lanza arena en los ojos a los niños para que se queden dormidos, aunque en esta ocasión se le da una visión macabra y terrorífica.

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