En esta narración Bierce retoma el tema de la espera insoportable, del terror psicológico, de los insondables recovecos que pueblan la mente humana e, irónicamente, en un rasgo muy propio del autor, de los absurdos que nuestra propia mente nos obliga a hacer.
Un hombre está invitado en casa de un estudioso de las serpientes, casa en la que ya se han producido varios incidentes con reptiles que han aparecido fuera de su serpentario, y cuando se dispone a pasar la noche, descubre dos puntos luminosos bajo la cama. Se trata de una serpiente y Brayton se dispone a hacer lo que cualquier hombre sensato haría en su caso: salir de la habitación y dar aviso del suceso.
Sin embargo, algo le impide a hacerlo. No el poder hipnótico de esos ojos de víbora, sino su propio orgullo. Salir de la habitación sería ceder el terreno, mostrarse cobarde; no a los ojos de los demás, reflexiona, sino ante sus mismos ojos, lo cual es intolerable para él.
Entonces Bierce se lanza a una orgía de introspección y de monólogo interior del propio Brayton. Poco a poco la obsesión por la serpiente crece. Brayton sabe que está ante un posible peligro, pero no sólo no quiere retroceder, sino que parece avanzar muy a su pesar. Y esa obsesión se vuelve cada vez más enferma, alucinatoria, irreal, bordeando los límites de la locura.
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