Inmediatamente después de publicar La fontana de oro, el joven Benito Pérez Galdós consigue publicar La sombra por entregas en La Revista de España. Pese a que editorialmente es posterior a La fontana, Galdós la escribió posiblemente uno o dos años antes de ésta. Y esto se nota, en cierta medida, en la soltura y maestría del escritor.
Trata sobre el doctor Anselmo, un hombre estudioso, ya muy mayor, que siente que ha desperdiciado su vida, que no ha tenido aventuras, ni amor, ni sobresaltos, no ha sabido vivirla, por lo que crea en su imaginación una vida que pudo ser, llena de todo tipo de pasiones, pero llega un momento que no se sabe cuál es la vida real, la que vivió o la que imaginó que vivió, pues esta última cobra más fuerza y nitidez.
La sombra es una obra atípica dentro de la literatura galdosiana, porque entronca con una corriente anterior. La opresiva domesticación del mundo que se siente a partir del siglo XIX se plasma en esta novela habitada por criaturas sobrenaturales o seres humanos sacudidos por las descargas eléctricas de sus propios nervios, más o menos estacionados en escenarios tan estáticos como lóbregos. La historia de la novela es pródiga en esos vaivenes, que siempre terminan por devolverla a su indiscutible vocación de Realidad. Entre el irracionalismo y la serena contemplación del mundo como es (como se nos enseña que es), hay épocas de tránsito; las fantasías de Dostoyevski solo pueblan los ensueños de sus personajes enloquecidos: no hay más infierno en Los demonios que el que arde dentro del alma de Stavrogin. Con frecuencia, la hipersensibilidad o el remordimiento son los verdaderos elementos terroríficos en los mejores relatos de un escritor tan inteligente como fue Poe. La voz en la nieve que oye Heathcliff suena solo en su conciencia: un análisis materialista de las obras nos deja en el mudo asombro de comprobar que, realmente, no hay más fantasmas que los equívocos de unos personajes torturados.
Además se ofrece la dramatización del final de La mujer alta de Pedro Antonio de Alarcón.
Trata sobre el doctor Anselmo, un hombre estudioso, ya muy mayor, que siente que ha desperdiciado su vida, que no ha tenido aventuras, ni amor, ni sobresaltos, no ha sabido vivirla, por lo que crea en su imaginación una vida que pudo ser, llena de todo tipo de pasiones, pero llega un momento que no se sabe cuál es la vida real, la que vivió o la que imaginó que vivió, pues esta última cobra más fuerza y nitidez.
La sombra es una obra atípica dentro de la literatura galdosiana, porque entronca con una corriente anterior. La opresiva domesticación del mundo que se siente a partir del siglo XIX se plasma en esta novela habitada por criaturas sobrenaturales o seres humanos sacudidos por las descargas eléctricas de sus propios nervios, más o menos estacionados en escenarios tan estáticos como lóbregos. La historia de la novela es pródiga en esos vaivenes, que siempre terminan por devolverla a su indiscutible vocación de Realidad. Entre el irracionalismo y la serena contemplación del mundo como es (como se nos enseña que es), hay épocas de tránsito; las fantasías de Dostoyevski solo pueblan los ensueños de sus personajes enloquecidos: no hay más infierno en Los demonios que el que arde dentro del alma de Stavrogin. Con frecuencia, la hipersensibilidad o el remordimiento son los verdaderos elementos terroríficos en los mejores relatos de un escritor tan inteligente como fue Poe. La voz en la nieve que oye Heathcliff suena solo en su conciencia: un análisis materialista de las obras nos deja en el mudo asombro de comprobar que, realmente, no hay más fantasmas que los equívocos de unos personajes torturados.
Además se ofrece la dramatización del final de La mujer alta de Pedro Antonio de Alarcón.
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